martes, 18 de septiembre de 2007

Feliz cumpleaños

Llevaba varios días con la permanente sensación de que algo se le olvidaba. Repasaba la agenda, buscaba mentalmente qué era lo que debía hacer, eso que sabía no debía olvidar y sin embargo se resistía a volver a su yo de primer grado de consciencia. Algo residía allí, en algún sitio de su siempre ocupada memoria. Algo que cada rato mandaba punzadas, avisos que Antonio, el maduro despistado, no conseguía interpretar.

El martes por la mañana, camino a la oficina y oyendo las noticias en la radio se desató la tormenta. La última patochada de Sarkozy le colocó mentalmente en París, el instante siguiente al oir el habitual recordatorio del locutor “son las 7.17 del 18 de septiembre” todo vino a su desgastada memoria.

Dio un golpe violento contra el volante del coche y escupió tres maldiciones que ruborizarían a los aguerridos vikingos. Pasó de largo a la altura de su trabajo y siguió conduciendo hacia el aeropuerto. “Mierda, mierda, mierda” se repetía una y otra vez mientras maldecía su habitual imprevisión. ¿Por qué cojones no reservó billete hace quince días, como tan brillantemente planeó?.

Sabía que sería difícil llegar, aunque tampoco imposible. Era temprano y todavía había oportunidades de conseguir algún vuelo que le dejase en la Ciudad de la Luz a tiempo de asistir a la fiesta que, ahora lo recordaba, le invitaron mediante esa tarjeta manuscrita que guardaba ... en la guantera del coche.Intuía que para Dana era algo más que otro cumpleaños, y que su invitación también era algo más que un acto de cortesía “Ven, quiero que estés conmigo. Tú. Bisous, D.”. Él sabía que siempre quería estar con ella, no hubo nunca nadie que le inspirase ese ansia, esas ganas, ese impulso que le estaba llevando a viajar dos mil kilómetros para comer un trozo de tarta.

En la ventanilla de Air France no le facilitaron un billete, aunque le dieron las claves para llegar a París aquella misma mañana. Tres horas después saldría un avión destino Bruselas y allí podría enlazar con el TGV que le dejaría en la Gare du Nord al atardecer. Desayunar en la estación mientras ajustaba excusas telefónicamente con el trabajo y con su mujer no fue del todo complicado. Aunque tampoco resultó un paseo, especialmente cuando le contó a su mujer que la empresa le necesitaba en Madrid, que se enteró nada más llegar y que no sabía si encontraría forma de volver aquella noche o tendría que quedarse en la capital a dormir. Cuántas preguntas, cuánta comedia ...

Colocado en la puerta de embarque, con el billete en la mano, recordó otro de sus habituales despistes. Debió utilizar el tiempo libre para acercarse al Duty Free y comprar un perfume, o cualquier otra cosa que llevar y no aparecer con las manos vacías. Como siempre, se daba cuenta de las cosas cuando era difícil repararlas. Lo intentaría en Bruselas, o en París, dependiendo del tiempo. Embarcó en un avión que por problemas de saturación en la pista estuvo hora y media sin moverse de la pista. Cuando los viajeros comenzaron a rememorar a los familiares de pilotos, controladores y directivos de compañía hasta el tercer grado de consanguinidad despegaron finalmente. El tiempo pasaba y los nervios de Antonio, el maduro impaciente, se acumulaban a la sensación de que iba a meter la pata. No llegaría a tiempo. En Bruselas certificó que el tren había salido media hora antes de él llegar a la estación, y que el siguiente no le dejaría antes de las diez de la noche en París. La opción taxi o coche de alquiler no le garantizaba llegar antes, así que decidió comer, pasear y ... olvidar de nuevo que debería comprar un regalo.

En el tren camino a París se quedó dormido durante un rato. Allí soñó con los ojos verdes, con la melena rubia y con la sonrisa de la chiquilla traviesa. A las 11 de la noche, cansado, sudoroso, sin regalo alguno entró en la pequeña tienda que quedaba abierta a esa hora en aquella esquina de Montmartre. Compró una baguette y una botella de Moët Chandon y subió las escaleras hasta la cuarta planta de aquel viejo edificio del barrio bohemio.



Le sorprendió no oír música, ni risas, ni ruido de copas, comprobó que la dirección coincidía con la que tenía en la tarjeta, miró la fecha dos veces antes de llamar a la puerta.

- Llegas tarde, pero has venido, y traes el champagne. Justo lo que necesitaba. Bobo.



No le dio un beso, ni un abrazo, corrió enfundada en su vestido negro para llenar la cubetera de acero con hielo que esperaba exactamente esa botella. Cuando se irguió sí que le miró a la cara. Sonriendo.

- Felicidades, ojos verdes.

Ficha técnica:

Argumento y guión: Dangereuse.
Texto: Amenofis.
Fotos: de la web.

Nota: En este caso no lo hemos escrito juntos, aunque me he reido tanto como si así hubiese sido, y te puedo asegurar que tanto el argumento como el guión lo has inspirado tú. Era mi sorpresita tontorrona y pequeñita, y me apetecía saber que ahora, cuando lo lees estás sonriendo. Feliz cumpleaños, Veronique, mi primera y más especial amiga. Traspasando las fronteras de los blogs y de los pasados de Fabio. Mi querida amiga de los ojos verdes.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Historia de terror. Sensibles abstenerse

Hoy me han contado una historia terrible. Algo que me ha costado tanto creer que tuve que buscar por todas partes hasta cerciorarme de que sí, que eso era posible. Y lamentablemente, he encontrado pruebas ...

Sí, compañeros, hay gente en estos interneces que no sólo publica cosas engendradas en sus cabecitas. Y que no contentos con eso, además intenta hacer creer a los demás que lo publicado es original, y propiedad del que lo publica. Hay gente que, efectivamente ¡¡ plagia !!. Algo incomprensible, increíble, absurdo, y que pasa compañeros, pasa.

He encontrado las pruebas, hay personas, por llamarlas de alguna manera, que plagian ...