miércoles, 14 de marzo de 2007

¡ Arde París ! Parte I

Cuando le comunicaron que pasaría dos meses en París, en comisión de servicios en la central de la compañía, Antonio se las prometió muy felices. Lejos de su mujer, de las historias de niños, academias, hipermercados y también, por qué no decirlo, lejos de esa relación con "la otra" que iba mutando, día a día, en paralela cotidianeidad.

París, la ciudad del amor. París paraíso de los conquistadores. Antonio, "un maduro interesante" como le gustaba ser definido por las mujeres que conocía, pasaría dos meses en brazos de una, o de otra, o quizá de dos a la vez. Era lo menos que se podía exigir un caballero español, triunfar por todo lo alto en la Capital del Mundo.



El apartamento, situado en el norte, cerca del Arco de la Defensa, no estaba ubicado precisamente en el lugar soñado por él. Compartirlo con otros dos ejecutivos de la empresa, un insoportable escocés y un no menos insoportable gallego, vivos ejemplos de la sin par gracia céltica, tampoco era lo que en principio tenía previsto. Aún así Antonio se las prometía bastante felices.

Las compañeras de departamento en la empresa, parisinas, encajaban en todos los falsos tópicos de los parisinos y en bastantes de los verdaderos. Hostiles, estiradas, antipáticas y medio locas. Además, rompiendo todos los esquemas, esta vez sí, ninguna se parecía a Jane Birkin ni Isabelle Adjani. Más bien se las podía comparar, por el peso, la edad y los bigotes, al Gerard Depardieu de las películas de Asterix. Minutos después de conocerlas a todas formalmente sabía que tendría que fijar sus objetivos en otros departamentos.

Dos días después de trabajar allí tradujeron al francés su definición personal. Marie, la chica de recepción, esa monería de 24 años con pelo negro y ojos verdes cambió el "maduro interesante" por "le vieux cochon" minutos después de aceptarle aquel café en el comedor de empresa. De nada sirvieron las explicaciones que dió, que no era verdad que le cogiese las rodillas mientras la invitaba a cenar, que en todo caso, fue sin querer, que sólo quería cenar, sin más ... Cuando paseaba por cualquiera de los despachos siempre había una chica que susurraba a su lado "cochon", o eso le parecía.

No le quedó más remedio que lanzarse a la caza fuera del ámbito del trabajo, la sacaba de la olla sin haberla ni siquiera asomado.

El éxito que consiguió en los locales de Champs Elysées cerca del Arco del Triunfo fue similar al obtenido en la empresa. Una de dos, o le hablaban como Marie o le pedían 200 euros por hora. Un caballero español, maduro interesante, no estaba para pagar 200 a la hora.



E l segundo viernes en París estuvo a punto de acompañar a los dos celtas a emborracharse en el bar de la misma calle donde vivían. Dos semanas, saliendo todas las noches y no había conseguido ni una sonrisa. Sin embargo, el recuerdo lejano de su bohemia juventud le hizo recordar que París era algo más que los clubes de moda. O quizá fue la melancólica posición en la que le sumió el repetido fracaso. Aquella tarde decidió subir a Montmartre, y además hacerlo en metro. Nada de coche de empresa, nada de taxis pagados.

(Continuará ...)

Fotos g.g.

martes, 13 de marzo de 2007

¡ Arde París ! Parte II

Cambió su rutina parisina. Ahora lo habitual era terminar el trabajo, a las cinco, y salir lo antes posible a Montmartre. Línea 1 Defense- Etoile, cambiar de tren para coger la línea 2 hasta Place Clichy, la primera vez, o a Blanche y Pigalle los días siguientes. Las tardes de aquel verano parisino daban mucho más juego que las noches de los bares de copas.

Quien no conozca el metro de París no sabe hasta que punto somos distintos e iguales los humanos. Para un admirador de las mujeres, como nuestro Antonio, el metro era el paraíso de la femineidad. Todos los colores de pelo, de piel, todos los tamaños, todos los volúmenes, los olores, las sonrisas, los gestos. La multiculturalidad parisina le hacía sentir feliz, ahora tan sólo admirando a aquella chica negra con el pelo rasta o a aquella parisina de grandes ojos azules. O la chica árabe que se dejaba adivinar mostrando tan sólo el óvalo perfecto de su cara bajo pañuelo y vestimenta occidental.

Montar en metro era una experiencia mística. Había desistido de conseguir esas docenas de amantes que preveía antes de llegar. Ahora le bastaba con verlas bajar y subir las escaleras mecánicas, esperando en el andén, oyendo música con los walkman, leyendo una novela, abrazadas con su novio, llevando a su pequeño en un carrito, orgullosas, distantes, tímidas, sonrientes, secas, llorando, nerviosas, tranquilas ...

Pronto dejó de probar estaciones y siempre paraba en Blanche, cerca del Moulin Rouge, un poco antes de llegar al abigarrado mundo de los macarras, putas, sex-shops y clubes de Pigalle. Desde allí, subía hasta el inicio del funicular de Sacré Coeur, junto a la escalinata más famosa del mundo. Normalmente comenzaba a caminar por Rue Lepic, aunque alguna vez subió en el aparato. Invariablemente terminaba en Tertre, evitando a los caricaturistas y vendedores de fotografías. Sus tardes pasaban encontrando rincones, casas, galerías, músicos callejeros, o sentado leyendo el periódico en cualquier jardincillo, admirando mujeres de todo el mundo a cada paso. Cenaba en cualquier terraza, platos simples regados con vino tinto servido en jarras de barro. Tomar una copa oyendo poesía o música en directo cerraba todos los días, hasta el último tren que salía de Blanche.



Aquella tarde, la penúltima antes de volver a España, el rito se repitió. En el metro todo era igual, maravilloso. Nada se torcería, aunque echaría mucho de menos París. En la estación de Ternes la vió correr por el andén para coger el tren. Era rubia, “parisina” se dijo, clasificándola, como a todas. Menuda, melena recogida, óvalo grande y ojos azules como el cielo de París cuando se deja ver. Se subió en el vagón, tropezó con él en su carrera y Antonio quedó petrificado. Si tenía algún mito erótico eterno, si alguna mujer imaginaria se le repetía cada tarde era aquella. La reencarnación de Marisol, la malagueña Pepa Flores, aparecida en París con treinta años menos, treinta años después. “Pardon” fueron sus palabras mientras se agarraba a su brazo para no caer. Se acomodó y colocó contra la pared del vagón, descuidadamente. Vaqueros, camisa rosa de algodón, con fantasías de encaje. Cuerpo delicadamente moldeado, quizá en el mejor gimnasio del mundo, blanco inmaculado, piercing en el ombligo y tatuaje discreto que se asomaba, que tortura, entre el escote perfecto.


Antonio la miraba como un auténtico baboso, es decir, se le caía la baba, literalmente anonadado por la belleza rubia. El calor de París más la carrera de seguro la sofocaron, la chica sacó del bolso de lona un botecito para espolvorearse agua sobre la cara y el pecho y Antonio creyó morir. Ella se dio cuenta del interés del madurito interesante - vieux cochon, así que displicente miró para otro lado. No la iba a sorprender que nadie se le quedase mirando.

Seis estaciones de metro más allá, en Blanche, se resignaría a perderla para siempre, como otras veces le había pasado en el metro. Sólo que ahora no le estaba gustando en absoluto que eso pasase. Cuando entraron en la estación y el convoy detuvo su marcha fue la primera en abalanzarse y pulsar el botón de salida. Salió detrás de ella, mareado por el movimiento de su trasero, absorto. El camino elegido era el mismo, la salida más cercana al funicular, así que la siguió inconscientemente. La chica volvió un par de veces la cabeza, la segunda no le gustó encontrarse de nuevo la misma cara y su gesto de burla fue evidente para un Antonio que volvió de golpe a la realidad. Pasó a su lado por última vez mientras hacía cola en el funicular. Él subiría andando, pasaría por la Place de Abesses a leer un par de veces “Te quiero” en diversos idiomas y finalmente llegaría como siempre, a Place du Tertre.


Cuando asomaba por Espace Dali se cruzó con ella de nuevo, salía de una galería cercana y casi tropiezan de nuevo en la puerta. Cuando la vió venir pensó que era otra alucinación, como tantas que tuvo durante la tarde. Todas eran iguales, la rubia sacaba el spray, se espolvoreaba agua sobre el rostro y seguía caminando ajena a todo. Esta vez fue casi así, salvo que se le quedó mirando fijamente, extrañada, posiblemente, enfadada.

Dar la vuelta y meterse rápidamente en el bullicio de la plaza fue su escapatoria, entró a tomar café e intentar leer el periódico en un bar, y media hora después se encaminó a las espaldas de Sacré Coeur ...


La cosa dejaba de parecer casualidad cuando nuevamente tropezó con ella, esta vez se le paró enfrente y señalándole con un acusador dedo de uñas rojas y largas ...

- ¿Me estás siguiendo?
- ¿Eres española? Qué casualidad, ¿cómo sabes que soy español?
- Sólo quiero saber si me estás siguiendo, imbécil. Llevas El País bajo el brazo y te importa una mierda mi nacionalidad. ¿Me estás siguiendo?
- No, no, de veras, ha sido casualidad, aunque no me importaría que tú me siguieses a mí.
- Un autre vieux cochon, merde des espagnoles. Allez-y à la merde, imbecile.

¡¡Le estaba hablando!! Sí, probablemente no era ese el tono esperado, pero le estaba hablando. Contento por eso Antonio buscó la escalinata y comenzó a bajar, pasaría el resto de la tarde sentado en el jardincillo de los grafittis, sentado pensando en ella. Unos minutos más tarde, pasó de nuevo junto a su lado. No podía acusarle de seguirla, estaba sentado. En el cielo, un trueno anunciaba la típica tormenta veraniega, el sonido se mezcló con la canción de aquella adolescente turbadora, que sonaba en el radiocd de unos jovencitos sentados cerca de ellos.





(Continuará ...)

Fotos. gg, excepto la de Marisol, que pena ...


lunes, 12 de marzo de 2007

¡ Arde París ! Parte III, el Final

- Ça va, ça va, tu as raison

Se sentó fatigadamente a mi lado y estiró la cabeza hacia el cielo. Su cuello, pequeño, perfecto, quedó expuesto al ansia devoradora de Antonio, que estuvo a punto de convertirse en vampiro depredador diurno, si no fuese por las convenciones sociales que convertían el vampirismo en algo mal visto. Únicamente emitió un prolongado suspiro.

- Pufff ...
- ¿Qué pasa?
- No, nada, pensaba ...
- Ya. Yo también he estado pensando. Y me dí cuenta de que no me sigues. En realidad lo que pasa es que somos dos pobres "turistas - no turistas" paseando solos por Montmartre.
- Sí, algo así. ¿Vives aquí?
- Que manía, cuantas preguntas.


Otro trueno, y los primeros goterones hacían algo más que amenazar con una inminente tormenta. Cuando las gruesas gotas caían por la cara de la diosa rubia, bajando hasta su escote, se encontró con la mirada sonriente de la chica. Era evidente lo que estaba mirando y también el daño que en las pobres defensas del macho causaba y la chica lo sabía perfectamente.

- Jajaja, anda, vamos, nos pondremos a cubierto antes de empaparnos.

Le cogió de la mano y tiró de él escaleras arriba, hacia Sacré Coeur. Cuando estaban ante la puerta del templo el agua caía con fuerza. La chica corría y reía y a nuestro madurito Antonio le costaba seguir su ritmo. Perseguirla mientras la camisa se iba mojando, mostrando su piel tras el rosa tejido era absolutamente hipnotizante. Bajo una cornisa la paró y pidió un descanso. Al tirar de ella hacia sí sus rostros casi tropezaron. No pensó lo que hacía, pero sabía que debía besarla, allí, bajo la lluvia de París. Aunque fuese lo último que hiciese en la vida.

La atrajo hacia él cogiendo su carita con las dos manos. Un beso en los labios, dulce, suave, que fue correspondido por la chica, primero, y convertido por ella en un lujurioso recorrido de lenguas, dientes y boca. Cuando se separaron tenían más prisa que nunca por llegar a un destino incierto, pero deseado.

El cielo comenzó a abrirse tan rápidamente como antes se había cerrado. El sol del verano volvía a remontar las calles del viejo Montmartre. Empapados, riendo y besándose caminaban buscando un café, era lo pactado. Entraron en un local de Rue Noryns, atestado de gente refugiada de la tormenta. Tan complicado era tomar café y tantas ganas de tocarse tenían que salieron corriendo, sin hablarse, a la puerta bajo la que se anunciaba “Hotel *”. Un antiguo y pequeño edificio, una pensión, en la que la recepcionista les dio una llave casi antes de que pidiesen nada. Por las escaleras seguían enlazados, acariciándose, descubriéndose.



En la habitación él le quitó rápidamente una camisa mojada que hacía rato había dejado de evitar que las manos del hombre le tocasen todo el torso desnudo. Cuando aparecieron los pechos se arrimó a beber con fruición, con ansia, al mismo tiempo que con delicadeza y cariño. Lengua alrededor del pezón, ligeros mordisquitos y chupetones y cuando crecían los metía en la boca hasta arrancar gemidos de una niña que le acariciaba el pelo y la espalda. De uno a otro, hasta que ella le levanta para quitarle también su camisa y se enlazan en besos, y caricias. La tiró sobre la cama y le quitó el pantalón. Mientras hacía lo mismo con el suyo ella se quedó completamente desnuda, aunque no precisamente expectante. Se arrojó sobre la espalda del hombre, besando, acariciando su pecho y urgiéndole a quitarse el calzón, con ansías de atrapar con su mano el sexo del compañero de paseo turístico. Moverlo arriba y abajo un par de veces, mientras seguía abrazada a la espalda de él les hacía sentir muy cerca, tremendamente cerca.

Giró sobre si mismo para enfrentarse a la chica y volverla a besar, para volver a tumbarla en la cama y buscar con la boca sus pechos, su vientre y su sexo. Se quedó allí abajo, aspirando aromas de mujer, tocando con su nariz vello rubio y frágil, lamiendo y besando justo allí donde sabía que ella le demandaría si pudiese hablar. No lo hacía, porque gemía y temblaba ante las caricias propinadas por el, hoy sí, caballero español. Los fluidos de la chica empaparon la cara del hombre, ella dejó de apretar su cabeza contra su sexo y le atrajo hacia arriba. Otro beso, largo, muy largo, mientras la chica le cogía los testículos y el pene para sopesarlos, medirlos, conocerlos, o simplemente, pedírselos.

Coger un preservativo de los muchos que no gastó durante su aventura parisina y colocárselo fue el preludio obligado de una penetración fácil, las piernas de ella a la altura de su cara, los movimientos del hombre rítmicos y continuados. Ambos se gozaban en esa posición de manera urgente y animal. Casi como había sido toda su relación. El orgasmo del hombre coincidió, cosas de la suerte, con uno de la chica. Cayeron juntos en la tranquilidad, en el relajo de después del amor. Las piernas engarzadas, las caras juntas, los brazos sosteniendo el uno al otro. Ahora los besos eran tranquilos, suaves, tiernos. Sin palabras, no tenían mucho que decir.

Así estuvieron durante media hora, mirándose el uno al otro, sin hablarse, pero sin dejar de tocarse. Cada centímetro de piel fue escudriñado por dedos y boca, cada arruga, pliegue, verruga, lunar y cabello fueron memorizados. Cuando notaron que la necesidad de amor les urgía de nuevo la chica se acercó con su boca al sexo del hombre, jugó con él hasta dotarle de la dureza que necesitaba y le colocó ella misma el segundo condón. Esta vez todo fue mucho más tranquilo y pausado. Se miraban, se acariciaban se querían. Consiguieron el éxtasis deseado de manera tranquila y tierna.

Mientras se duchaba ella le esperó sentada desnuda, los ojos cerrados, ahora parecía la Isabelle Huppert de sus sueños franceses.



- ¿Cómo te llamas?
- ¿Importa ahora?
- No, claro. ¿Volveremos a vernos?.
- Supongo que no. Y deja de hacer preguntas de una vez.

Salió primero del hotel, caminó despacio hacia la escalinata del funicular. La cabeza le daba vueltas, sin conseguir asentar ningún pensamiento.



Cuando estaba a punto de comenzar a bajar sintió el tirón del brazo. Sí, era ella.

- Claro que sí, bobo.

FIN

(Fotos gg, excepto la de Isabelle Huppert, que pena ...)

sábado, 10 de marzo de 2007

¡ Arde París ! Parte IV, El Retorno

- Allez, dame tu teléfono. Te llamaré.
- ¿Lo harás? Pasado mañana vuelvo a España.
- Ah, en ese caso no, bobo.

Oir eso y quedarse inmóvil sobre la escalinata fue todo uno. La rubia guardó la tarjeta en el bolso y sonriendo se dió la vuelta y corrió hasta desaparecer entre la multitud de turistas. Nuestro maduro protagonista, desanimado caminó sin saber si estaba contento o triste. Estaba cansado, de eso sí estaba seguro.

La última jornada de oficina transcurrió rápidamente, hasta la chica de recepción le saludó de manera alegre, él supuso que era despedirle lo que la hacía estar tan contento.
Aunque su maltrecho orgullo de caballero español había tenido, el día anterior, una cierta rehabilitación.

Decidió dar su último paseo por Montmartre, pensando en encontrarse con ella de nuevo. Sólo pensaba en eso, en un nuevo encuentro con la diosa rubia de ojos azules ¿o eran verdes?. No podía precisarlo en ese momento, pese a que recordó estar dentro de esos ojos durante instantes que le parecieron años de felicidad plena. Justo antes de entrar en la estación de metro recibió un sms sin número identificativo "Á la tour, 6 h". ¿De ella? ¿De quién si no? Nadie más le mandaría un sms. Salvo que fuese un error, alguien citándose con otro alguien en la torre, a las seis. ¿Sería un error? ¿Marcaría alguien un número de entre nueve que le hiciese aparecer a él en la torre a las seis?. Daba igual. Estaría allí, París bien vale una misa. También vale un rato de espera, o una desilusión. Al fin y al cabo, aún no la había visitado ...

Muchos dicen que las mejores vistas de París se consiguen desde la Torre Eiffel, precisamente porque desde ahí no se ve ella misma ... La omnipresente torre estaba siendo contemplada, por primera vez desde cerca, por nuestro turista accidental.



A los pies de la Torre, entre la habitual marabunta de turistas, la cola de los que iban a subir, los músicos callejeros, los vendedores de botellas de agua, los paseantes, los despistados ... allí apareció Antonio casi con 15 minutos de adelanto. Buscando de un pie a otro, intentando encontrar los reflejos rubios al viento, el andar gracioso o incluso aquella blusa que tanto le gustó quitar. A la hora en punto, otro sms “q haces ahí como un bobo?, dije en la torre”. Joder, ¿qué quiere decir?. Estoy en la torre. ¿O no? ¿Me está viendo? ¿Dónde está?. Mirar hacia arriba para comprender algo y comprenderlo todo ... En la torre, no a los pies de la torre, que imbécil. Por otro lado, ahora estaba seguro, no se trataba de un error, era ella. Se encaminó a la cola de los ascensores, para conseguir un ticket, y ante la pregunta primera planta, segunda o cumbre decidió subir por las escaleras. No estaba para arriesgarse a no encontrar a la juguetona rubia. Comenzó a subir con la esperanza de encontrarla en el restaurante de la primera planta. Y allí estaba ella, riendo al verle llegar casi ahogado, espolvoreándose agua por el rostro. Matándole de nuevo con sus ojos verdes. Se sentó a su lado, casi sin poder respirar y dando gracias al cielo por haberla encontrado.

- Me alegro de verte, gracias por llamarme.
- Jajaja, que bobo eres.
- No, en serio. Pensé que jamás te volvería a ver.

Se levantó riendo y corrió escaleras arriba, dejándole con un palmo de lengua y una cara de imbécil de las de libro de imbéciles. Sacó fuerzas de flaqueza e intentó, torpemente, correr tras ella. Tan sólo consiguió dar un par de traspiés y toser como un anciano fumador. Ya no era el de antes, estaba claro. Cuando giró para acometer el segundo tramo de escaleras la rubia estaba allí. Le atrapó y besó furiosamente, volviendo a dejarle sin respiración. Metió su mano por detrás de la camisa y le clavó suavemente las uñas pintadas en la espalda. La gente pasaba al lado de los amantes, nada sorprendida, todo es posible en París. Alguno escandalizado, más por la evidente diferencia de edad, o la envidia, o ambas cosas que por el casi inocente acto de amor que se estaba desarrollando.


- Vamos a subir, iremos en ascensor, quiero que llegues vivo hasta el final, te necesito.
- ¿Me necesitas?
- ¡¡ Que no hagas preguntas ¡¡

Subimos en el ascensor, abrazados, besándonos. Comiéndonos mientras a los pies quedaba la más bella ciudad del mundo. Una vez arriba nos asomamos a la ciudad, desde allí se veía todo, aunque nos quedamos mirando Sacré Coeur, el escenario de nuestro primer encuentro.



Besos, caricias, abrazos, risas entre dos desconocidos. Excitación física que crecía por minutos, urgencia de completar, aún en público, el ardor amoroso que les invitaba a la entrega y el juego.

París, la tarde, de nuevo una tormenta. Las gotas golpeaban el metal de la torre creando una suerte de sinfonía sobrenatural. La lluvia hacía otra aparición mágica entre los dos. Bajaron abrazados despacio, entre la multitud que abarrotaba los ascensores. Cuando estaban en el pie, cogidos de la mano, caminaron hacia el Campo de Marte. Un poco más allá, otro pequeño hotel. Otro escondite donde concretar su cada vez más amplio conocimiento físico. Quizá, algo más.

- ¿Me dirás como te llamas?
- No, ya no te hace falta. Te vas a España mañana.
- Sí, es cierto. ¿Y tú, cuando irás a España?
- No, por favor, no me hagas más preguntas. Tengo tu tarjeta, y tu recuerdo, bobo.

¿ FIN ?

Títulos de crédito para toda la serie "Arde París".


Según una idea y argumento de : Dangereuse
Texto: Amenofis
Ambientación, decorados y vestuario: Dangereuse
Localización de exteriores: Dangereuse y Amenofis
Música: Dangereuse y Amenofis
Fotos: gg (excepto las de Marisol e Isabelle Huppert, que pena)
Encanto, alegría, amistad, cariño y entrega: Dangereuse

miércoles, 7 de marzo de 2007

Aire de tu boca, a las barricadas





Hálito libertario, aroma de mujer
Negras tormentas agitan los aires

Aire de tu boca empuje al corazón
nubes oscuras nos impiden ver
Rojos, negros, verdes y otra vez rojos

aunque nos espere el dolor y la muerte
Suspiros, palabras, gritos y llantos

contra el enemigo nos llama el deber
Aire de tu boca oxígeno enriquecido

El bien más preciado es la libertad
Alimento, energía, pasión o sexo

hay que defenderla con fe y valor
Aire de tu boca, mi más íntimo deseo