jueves, 31 de diciembre de 2009

Calma total

A las dos el grito recorrió las siete plantas del hotel. Comenzó a sospechar que no era tan tranquilo como rezaba la propaganda.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

A ráfagas de luna

Apretó las piernas con fuerza, como intentando evitar que el semen escapara a chorros patas abajo. Deseaba con toda su alma quedar preñada de su hombre, ese que se vestía sin perderla de vista ni un segundo. Podríamos decir que ese día intuyó que sería la última vez que hacían el amor y quiso guardar su semilla para poder acariciarle a través de su hijo. Pero no era así, siempre tenía la impresión de que era la última vez y llevaba dos años odiando una regla que, pertinaz, aparecía cada veintiocho días.

Juan se abrochó el cinturón, verificó como un autómata su viejo revólver y cogió el hatillo con comida que Asunción le preparó. No le gustaba despedirse, no le gustaba tener que descolgarla de su hombro a la fuerza antes de salir por aquel ventanuco intuyendo como los ojos de la mujer se empapaban en lágrimas.

Una vez en la calle, y agazapado en cada sombra, se acercó al corral a mear con las ganas que se tienen después de eyacular. Soltó un segundo el hatillo y abandonando un instante su precaución lo hizo cara a unas alpacas de paja. De espaldas, con ese pudor que le hacía ocultar su virilidad a los ojos de las cabras y caballos. También a los de sus asesinos. Dos ráfagas de metralleta le dejaron tendido en el suelo, una mano en la bragueta y otra lejos de su revólver. Ocho agujeros en su cuerpo y Selene como testigo que recortaba la sombra de dos tricornios sobre su cadáver.

Arriba, María rompió a llorar, tapando con su mano la vagina que contenía el recuerdo vivo de su marido, el maquis Juan. Una luna después la sangre la volvió a inundar de desesperanza y dolor.