miércoles, 14 de febrero de 2007

De juguete

El café estaba recién servido, humeante y aromático. La cámara sobre la mesa, como siempre, el viejo sentado mirando al mar, también como siempre. Pelo crespo y cano, barba dura y también nevada. Botas, pantalón y abrigo de lona verde. Casi como un soldado.


Fragor de olas blancas y altas acompañan su escaso pensamiento. Un café y el arrullo del mar son la mejor forma de evadirse de todos los problemas terrenales. La soledad del paraje propicia también la falta de elementos de distracción añadidos. No hay mucha gente paseando, es invierno y el viento sopla fuerte, la humedad se cala por entre la ropa, ninguna madre pasea a sus hijos, ninguna parejita joven se atreve a acariciarse en el paseo marítimo. Todos buscan horizontes más cálidos. Salvo ellos.

Se acerca despacio, desde levante, el viento a su espalda alborota el pelo moreno y largo. Desde ahí sólo sabes que es menuda y ligera, abrigo de color rojo, pantalón vaquero. Cuando está más cerca ves dos enormes ojos que devoran el mundo a su alrededor, una nariz casi de juguete y un rostro joven y aniñado. Para evitar mirarla de forma que pareciese desconsiderada tomas el primer sorbo de café. Concentrado en el color y el sabor negro tu punto de atención es ahora la taza y el platillo.

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- Hola, ¿puedo sentarme?

- ¿Eh? Sí, claro

- Vaya día de viento

- Sí, a veces pasa

- Pero el mar está hermoso así, y siempre

- Siempre

Su voz también parece dibujada, tan cantarina y jovial que te desarma, que te dejó sin nada que decir. No suele pasar eso, siempre tienes respuestas guardadas para casi todo.

- ¿Quieres un café?

- Claro, para eso me senté

- Sí, claro, que tontería

Aquella tarde hicieron el amor por primera vez. Aromas de salitre, de sudor, de café negro y vino tinto les acompañaron todo el viaje. La nariz de ella, de juguete, guardó siempre la memoria olfativa de aquellos momentos. Los dos sabían que no vivirían juntos hasta los 64. Imposible, había décadas de distancia por delante y por detrás. Quizá tampoco volviesen a tropezar en ninguna playa de ningún mundo. Aún así, valió la pena.

(Historia de día de San Valentín, basada en hechos verídicos jamás acontecidos, cualquier parecido con la realidad es pura virtualidad) (O quizá no).



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