miércoles, 7 de febrero de 2007

La puerta

El viajero sedentario estaba, no podía ser de otra forma, inmerso en la pura contradicción que era su vida.
De un lado quería asomarse al precipicio, incluso intentar volar sobre el barranco. De otra parte se aferraba a ese tronco que estaba a más de un millón de kilómetros del riesgo. Él sabía que en realidad no era un aventurero, sino tan sólo un anciano cobarde y mentiroso. Pero quería seguir presumiendo de lo que un día se inventó que había sido.

Aún así, a veces, tenía dudas de su propia historia, y pensaba que sería capaz, como antes, de saltar al otro lado. De abrir la puerta, de no esperar. Un instante después, siempre, se daba cuenta de que nunca fue "como antes". Y se sentaba otra vez, ante la puerta, esperando que pasase aquello que nunca pasaba. Incapaz de tomar ninguna iniciativa salvo la de autocompadecerse.
Ese día, temprano, las cosas mutaron. El cielo anunciaba tormenta. "Cambios" se dijo. Y así fue, junto al primer trueno se abrió la puerta y bajo ella, hacia afuera, pasó la cabeza del viejo. La lluvia pronto le mojó la barba, fertilizando esa sonrisa que surgió cuando decidió salir, ir a por ella.


Era la primera vez en más de una eternidad que la lluvia mojaba su cara. Las gotas de un agua diferente a todas las anteriores se deslizaban hasta caer sobre el pecho entreabierto de su camisa a cuadros. El viajero sedentario estuvo a punto de volver, buscar un paraguas, un impermeable, unas botas, una excusa para encerrarse de nuevo hasta que la locura, sí, la locura, le obligase a traspasar la puerta.
Pero todo seguía siendo tan distinto a las anteriores ocasiones. Y ni las babuchas, ni el andrajoso pijama, le harían mirar hacia atrás. Tan sólo tuvo que tocar aquella camisa canadiense, cuadros, líneas rojas, azules, verdes, para recordar que una vez sí que fue un verdadero viajero. Estaba uniformado de nuevo, como cuando tenía 20 años, entonces una chica casi adolescente esperaba verle cada día para hacer el amor y él tenía una esperanza ilimitada en que su esfuerzo conseguiría construir un mundo mejor.

La esperanza desapareció bastante antes que el Muro, aquella niña de melena rizada seguro que devino en madre que tiene a sus hijos, los de otro, en catequesis para mayo. Y sus veinte años se habían más que doblado. Pero tenía una camisa a cuadros, como entonces. Y barba, casi como la de entonces. Una barba como las que se veían en los documentales de Sierra Maestra.
No, nada de mirar atrás. Aún hay cosas que mejorar ahí fuera. Hay amor que recibir y dar. Y el viajero sedentario, asustado, pero decidido, comenzó a caminar hacia la estación. Su tren partiría de inmediato y él estaría arriba.

No hay comentarios: