sábado, 18 de noviembre de 2006

Muñoz Grandes, esquina General Ricardos (Final)

Ram me miró con cara de pocos amigos, es decir, como siempre. Llevaba allí dos horas y el alcohol comenzaba a mostrar sus efectos. Por un momento pensé que enfrentaríamos físicamente nuestros escasos centímetros en una batalla de machitos.

Debí saber, aunque siempre lo supe, que no es el cara a cara una de sus principales virtudes. Que únicamente a la espalda, desde lejos, es capaz de disparar, amenazar, o vomitar odio. Se levantó a pagar las copas y tuvo que volver a repetir al camarero qué se había tomado y cuántas veces.

- ¿No me dices nada? ¿Ni te despides siquiera? Me estoy perdiendo un capítulo de C.S.I Las Vegas por estar contigo.
- Vete a la mierda. Tú eres como ellos. Déjame pasar.

Durante mucho tiempo fue lo único que me mantuvo vivo en este mundo, las ganas de tenerle a la cara. Y en el último momento le fallé. Le traicioné con los que consideraba sus enemigos. Nosotros, que nos creíamos tan iguales, ¿eramos diferentes?.

Cuando me senté a la mesa de los malditos las cosas seguían igual, bebían, reían, se insultaban de forma tan cariñosa que los hijos de puta, cabronazo, y "simbergüenza" eran como los gifs animados en francés a los que yo estaba acostumbrado “Bonne journée, je vous aime” “Amitié pour tous”. Hijos de puta. Cabronazos.

No me integré de nuevo en la amistosa reunión. En el fondo me sentó mal que Ram me dejase así. Sin peleas, sin discusiones, sin tomarse una copa conmigo.

Farruco Jones, desde su esquina, con las gafas de sol incluso dentro del garito, su impenitente cigarro y su aire displicente se levantó un segundo y acercó una banqueta a mi silla. Todas y todos le dejaron pasar. Cuando él hacía un gesto esperaban su frase, esa frase que acabaría con las especulaciones, que crearía un silencio que acabaría en risas, en escándalo y en intentos vanos de superarle.

- Qué pasa, enano. Se fue el llaverito, ¿no?
- No lo entenderías, eres distinto. No eres como nosotros. La mitad de las mujeres del bar están pendientes de tu calva. Te las follarías a todas una detrás de otra.
- Igual que tú, joder. No seas simple.
- Qué fácil, me sentáis a vuestra mesa y ya soy como vosotros. No es tan fácil. Soy un enano resentido. Tú lo has dicho mil veces.
- ¿Y todo se reduce a follar un día? ¿Ese es tu problema?
- No es eso, joder. Quiero que la gente me lea, como a vosotros. Que se ría conmigo, como con vosotros. Quiero que la gente me respete, como a ti. Y sí, me gustaría que alguien follase de vez en cuando conmigo. Sin pagar, para variar.

Encendió un cigarrillo y apuró la copa de Jack Daniel’s con naranja que estaba bebiendo.

- No creas que todo es como parece. Es posible que no te gustase parecerte a mí.
- Joder, Farruco. Me gustaría parecerme a ti. Eres el puto amo. No hay nadie aquí que escriba como tú. Y no sólo eso, joder. No hay nadie aquí que folle como tú. Y no sólo eso, joder. No sólo eso. No hay nadie aquí mejor que tú.
- Amenofis, eres gilipollas.
- Sí, lo sé. Un jodido enano gilipollas.
- Ni más ni menos. Esta noche vamos a emborracharnos juntos.

Farruco me largó un brazo por encima del hombro y me volvió hacia aquella banda de barbudos y mujeres risueñas. Nunca estuve en una mesa con tantas mujeres, salvo en el funeral de un tío mío. Y no era lo mismo evidentemente.

- El enano y yo nos vamos a dar una vuelta. Ahí os quedáis. Portaos mal.
- ¿Os vais? Joder, si nos íbamos a Lavapiés a comer en un marroquí y seguir la juerga,
- Otro día. Hoy es muy posible que éste y yo nos vayamos de putas.
- Jajaja, qué cabrones.

Salgo detrás de él y en la calle se me pone a la altura. No quiero mirar arriba, me intimidan su cara, su porte, su cigarro, su intelecto. Entramos en el bar que está justo a la vuelta. No hemos andado ni cincuenta metros.

El camarero nos ve inmediatamente, qué diferencia ...

- ¿Señores?
- Dos Jack Daniels, secos. Con una rodaja de naranja.

Él me deja la esquina de la barra, me coloca en su sitio, ese que domina todos los rincones de cada bar de España y California. Subido a la banqueta, con una copa de algo que nunca he bebido y mirando al frente creo que todo podía haber sido diferente. Alguien que pasa cerca de mí habla de la alineación de mañana del Real Madrid y me doy cuenta que me importa tres pepinos. Prefiero oir historias de ese periodista que se llamaba Hunter S. Thompson.

Media hora después observé que una chica rubia, muy guapa, no le miraba a él. Todas las del bar ya lo habían hecho. La primera mirada femenina que no era para él.

Gracias, Farruco.

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