lunes, 20 de noviembre de 2006

Muñoz Grandes, esquina General Ricardos (III)

Finalmente caí en la modorra habitual, me quedé dormido entre recuerdos de Granada, de aquella temporada en los Paises Bajos que nunca me atrevería a contar y ruidos de estadio de fútbol. En mis sueños hablaba francés sin necesidad de traductor, incluso en el Patio de los Leones se me oía hablar con acento parisino. En mis sueños no tenía ex inventada, sino una mujer de carne y hueso que compartía mis tardes de televisor.

Dentro de mi sopor se activó también la alarma de lo importante. Esta tarde era la cita, el encuentro ineludible. Esta tarde todo se resolvería de una vez por todas.

- ¿Eh? ¿Eh? ¿Mamá, mamá? ¿Qué hora es? ¿Y mi camisa, está mi camisa?

Empapado en sudor, exhudando las grasas del cocido y eructando flatos de natillas me alarmé al ver que sólo quedaba un puñado de minutos para el gran momento. Me levanté de un pequeño salto, no mucho más que pequeño, no puedo permitirme otra cosa, y corrí hacia el cuarto de baño.

Joder, estaba horroroso. Nunca he sido muy guapo, y desde que perdí la prestancia de mi melena afro ni siquiera pude ocultarlo con una hermosa mata de pelo. Pero esto era demasiado. Con la barbilla manchada de amarillo, producto de una vomitona insconciente de natillas amargas y acres. El poco pelo pegado por el sudor a la frente. La marca del croché que ponía mi madre al sofá dibujada en la mejilla. La medio barba que nunca conseguí dejarme manchando a pedazos el rostro más feo del mundo. Imposible estar peor.

Ah, sí, se puede estar peor. No tengo tiempo para la ducha. Mierda. Sólo tengo tiempo de mojar la cara en el lavabo, empaparme el pelo con agua y tratar de peinar lo que parece imposible de arreglar. Un afeitado de urgencia, con la mala suerte que suelen acompañarlos. Dos cortes, uno a cada lado de la cara, los dos junto al labio inferior. Mierda otra vez.

Unas friegas con masaje Floyd, dos pedacitos de papel coagulante y un generoso chorreón de Varón Dandy tenían que servir esta tarde. El resto sería cosa de mi camisa mágica.

Quitarme el pijama con el que llevaba más de veinte horas seguidas fue también traumático, aquella felpa doble se había adaptado tanto a mi cuerpo que le costó separarse. Parecía que tenía más vida propia que yo mismo. Un pantalón cualquiera, los zapatos negros de día de trabajo. Calcetines Ferrys de cuadritos rojos y azules ... y mi camisa de satén ...

Ahora era yo otra vez. Amenofis Fernández, en pie de guerra. Tiembla, Madrid.

Voy caminando en dirección a Muñoz Grandes, pensando en todo lo que pasó durante este tiempo. Las peleas, las broncas, los insultos, las discusiones en francés. Como me inventé aquellas cosas que nunca pasaron con mi ex, que tampoco tuve. Como me dejé llevar por la cólera, por la ira, por la envidia. Como me veo solo ahora. Dos veces estuve a punto de volver sobre mis pasos, meterme otra vez en la cama. Masturbarme viendo esa película que bajé ayer de internet.

Sin embargo, seguí caminando, ya veo General Ricardos. Ahí, al fondo, está ese bar donde hemos quedado. Sé que hay expectación, que habrá bastante gente allí. Todos quieren saber qué pasará finalmente.

Cuando entro veo que está, como habitualmente, abarrotado. Me hago paso hacia la barra e intento que el barman me vea, me cuesta, como siempre.

- Hombre, Amenofis, ¡¡ qué alegría verle por aquí !! Eres puntual y todo ¡¡. ¿Tu gin tonic?

Es increíble, llevo viniendo a este bar más de veinte años, siempre pido lo mismo y nunca el camarero hizo gesto alguno de reconocimiento, de saber quién soy. Siempre le tengo que recordar que es lo que bebo. Algo está pasando.

- ¿Qué pasa, cabronazo? Siéntate con nosotros joder. Vamos a pegarnos esas copas.

Los malditos, no puede ser, los malditos me hablan. Me dicen cabronazo como si fuese uno de ellos, me llaman a la mesa, que está llena de ¡¡ Hundidos !!. Todos beben y ríen y no parece importarles que Amenofis esté allí con ellos.

- Sois unos proxenetas hijos de puta. Y vosotras, me extraña que queráis estar con semejante gentuza. Insultan a las mujeres, las tratan como objetos, sólo hablan de chupar pollas.
- Jajaja, que cabrón, Amenofis. Eres un jodido hijo puta sin suerte, jajaja ¡¡
- GGG, Siempre me lo digo, sí, GGG. Ven aquí, Amenofis, GGG.

Me abrazan y sientan a la mesa, me obligan a beber y brindar con ellos. En ningún momento discutimos de fútbol, ni hablamos de Alice Cooper, y poco a poco me doy cuenta que tampoco soy tan diferente. Todo pasa de forma natural, tan natural que olvidé mi cita de esta tarde.

Hasta que le ví allí, sentado en su esquina, pidiendo otro gin tonic, que tiene que explicar cuantos cubitos lleva, y de qué marca es la ginebra. La camisa es casi igual que la mía, y también tiene dos cortes de afeitado, uno a cada lado del labio inferior.

- Ram, jodido, ven a sentarte aquí con nosotros, coño.

(Relato que termina saga, y que se debe a la "presión" de Mila para que Amenofis escriba algo, de una parte, y a la necesidad de cerrar etapas, de otra. Si puede ser terminaré también la otra saga que tengo pendiente... )

No hay comentarios: