domingo, 27 de agosto de 2006

La llamada de la patria (I)

Una mañana de aquella primavera llamó a la puerta el notificador del Ayuntamiento con la citación para el tallaje. Yo tenía miedo a ese momento, para qué negarlo. Durante toda la vida había soportado las burlas de los conocidos ¡¡ chiquitín, medio metro ¡! ¡¡ Escoba, que pareces una escoba ¡! ¡¡Niño, vete a tu clase, que aquí estamos los mayores!!. Y la verdad, no me apetecía que un montón de desconocidos me repitiesen los mismos lugares comunes en la cola interminable de los “quintos”. Luego estaba lo del desnudarse delante de un médico para demostrar la masculinidad. ¿De verdad era necesario?.

Todo el mundo conocía, incluso en Madrid, que las fiestas de los quintos en los pueblos acababan con juergas, borracheras y visitas a los puticlubs para formalizar la entrada en el mundo de los hombres. Eso no hubiese estado mal del todo. Aunque me costaba integrarme siempre podía mezclarme con una marabunta de catetos borrachos y hasta parecer uno de ellos. Pero eso era en los pueblos. Aquí en Madrid, nada de eso era así. Sí, había juergas, había fiestas, pero entre los que ya se conocían. Entre las pandillas de amigos. Imposible, por tanto, que de aquel día saliese otra cosa que la esperada. Humillación pública y vergüenza.

-Mamá, ¿has firmado la notificación?

-Claro, Amenofis, ¿qué podía hacer?

-Si no la hubieses firmado, podría hacerme el tonto y no aparecer por la talla.

-¿Estás loco? ¿Quieres ir a la cárcel?

Sí, aquel 1974 era todavía época en la que se podía ir a la cárcel por cosas como la que estaba yo pensando. Había más oportunidades para ir a la cárcel. Y todas relacionadas con la mili. Podría desertar, u objetar en conciencia contra el servicio militar. Eso me garantizaba la cárcel. Y era algo que mi espíritu individualista llegó a plantearse en repetidas ocasiones.

La deserción, huir a Europa, abandonar esta tierra. Muchos meses estuve mirando el buzón, esperando la respuesta de Eric a aquella carta en la que le conté el miedo que tenía al servicio militar. Tanto tiempo esperando aquella frase de Eric, la que no se pronunció.

Amenofis, abandona, no te presentes, pasa la frontera, ya sabes que aquí siempre tendrás un techo, un plato, una cama, un amigo “. Pero Eric nunca contestó a esa, ni a ninguna de las otras cartas.

La objeción de conciencia sería otra forma de eludir el servicio militar, pero para caer en Guatepeor. La cárcel era más de lo mismo, filas, burlas, duchas comunitarias. Tampoco era plato de mi gusto. Y peor aún era tener que contactar con los cabecillas de los movimientos objetores. Barbudos adoradores de Ché Guevara o Fidel Castro, falsos cristianos acogidos a las parroquias de los curas comunistas. Para mezclarme con los profetas de la colectividad y la pérdida de la individualidad casi mejor me quedaba como estaba. Además, en la mili tendría algunos fines de semana de permiso.

Así que yo, Amenofis, anarquista, individualista y agnóstico, se resignó a comparecer como un borrego a la cola del tallaje. Y me hice a la idea de que tendría que ir a misa de campaña, los domingos, cuadrándome ante los oficiales.

Alguien podría decirme que fui cobarde, que era época de cambios en España. Que Madrid era una caldera a punto de estallar. Que muchos de los chavales de mi edad estarían encantados de poder participar en lo que se avecinaba. El dictador moriría pronto y el futuro sería de los que lucharon por cambiar las cosas, y no de los que se quedaron en su casa viendo el fútbol.

Pero yo ya tenía bastante con haber sobrevivido al Instituto, con haber aguantado como me enamoraba una y otra vez de la niña que terminaba riéndose de mí un segundo después de oir que a Amenofis se le caía la baba mirándola. Harto de tener que juntarme a los que iban a hacerse una foto para poder enseñarle a mi madre las caras de “mis amigos” que nunca iban a buscarme a casa.

La mili fomenta grandes amistades. Los muchachos se hacen hombres en un ambiente de entrega viril. Todos para uno y uno para todos. ¿Quién me decía a mí que no estaba ahí el futuro?.

El día de la talla, domingo, 8 de la mañana. Amenofis se acercó a la Caja de Reclutas de su distrito. Dispuesto a cambiar mi vida.

Continuará ...

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