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domingo, 21 de enero de 2007
PARTIDO DE FUTVOL HO PASEO POR EL RETIRO
sábado, 20 de enero de 2007
Novios (II)
- Entonces, ¿me quieres?
- Claro que te quiero
- ¿Y por qué me quieres?
- Pues porque te quiero, es así
- Ya, pero habrá algún motivo ¿no?
- Hay muchos motivos, lo sabes de sobra
- No, nunca me los dices, venga, dime por qué me quieres
- Pues ... pues no sé, estoy aquí, contigo, te demuestro que te quiero
- Sí, sé que me quieres, estás conmigo, pero ¿por qué me quieres?
- Te quiero por todo lo que eres, por toda tú. Te quiero completamente.
- Algo habrá hecho que me quieras ¿no? No eres capaz de decírmelo, quizá porque no me quieres.
- Que sí, que te quiero, claro que te quiero
- Entonces explícamelo.
- Te quiero por como eres, por el cariño que me demuestras, por como piensas, como hablas, como te ríes, como me coges de la mano, como me abrazas.
- ¿No te gusto?
- ¡¡Claro que me gustas!! ¿Por qué preguntas eso?
- Es que no me lo has dicho, no me dices que te gusto.
- Me gustas mucho, me vuelves loco, pienso en tu cuerpo, en tus abrazos. Cuando no estás conmigo sólo pienso en tenerte abrazada, como ahora.
- Ya, ¿y qué te gusta de mí?
- Toda, te lo he dicho
- Sí, toda, pero algo habrá hecho que te guste más que otras. ¿Te gusto más que las otras?
- Me gustas más que ninguna, lo sabes. No hay ninguna como tú.
- ¿Y qué me hace diferente?
- Pues ... tus ojos me llenan de alegría, tu cara es perfecta, tu piel es ...
- Mi cara no es perfecta
- Sí, sí que lo es, para mí lo es. Tu piel sedosa y suave, tus hombros, tu ...
- Para ti será perfecta, pero eso es porque me quieres, tengo unos granitos y la nariz muy grande.
- Eres perfecta, deja que me coma esa nariz tan grande.
-No juegues ahora, quiero que me digas por qué te gusto.
- Te lo estaba diciendo, tu pecho es excitante, precioso, tu espalda es el camino de la vida, tu ...
- Mi pecho es muy pequeño, tu exnovia tenía las tetas muy grandes. ¿Te gusta más ella?.
- No, me gustas más tú, ¿estoy con ella o contigo?
- Te dejó ella.
- Olvídate, por favor, estamos solos. Yo y la mujer más maravillosa del mundo. Me gusta estar a tu lado, acariciar tus largas piernas, besar tu ombligo cuando jugamos al amor, me gusta acariciar ...
- ¿Me quieres?
- Te quiero más que a la vida misma
- ¿Y por qué me quieres?
- Pues porque me gustas, y porque eres buena, cariñosa, inteligente, y por tantas cosas que no puedo explicar pero que sólo tú me transmites.
- Todo se puede explicar si se quiere. Dime por qué me quieres.
- Cuando te veo caminar hasta coger el autobús mi corazón da un salto, cuando veo tu nombre en la pantalla del móvil siento que la sangre llega a mi corazón ...
- Yo te quiero mucho
- Lo sé, y eso me hace ser tan feliz.
- ¿Tú me quieres de verdad?
- Sí, claro que es de verdad.
- Pero hace menos de un año querías de verdad a esa mujer. Seguro que le decías las mismas cosas.
- No es así, no tienes nada que ver. Ahora eres tú.
- ¿Y mañana? ¿Qué le dirás mañana a la que le toque? ¿Saltará tu corazón cuando coja el autobús?
- Mañana serás tú, y pasado mañana y el otro, y toda la vida.
- ¿Por qué me quieres?
sábado, 13 de enero de 2007
Crimen Pasional (I)
El Inspector García se puso en marcha con la celeridad que el caso merecía. Ninguna, el fiambre no se iba a ir de allí. Así que se desperezó, tomó un café con su mujer, hablaron de la hipoteca, del viaje de fin de curso de la niña, de su cuñada ... Dos horas más tarde, aparcó frente a la casa. Nada más llegar comprobó con cierta envidia como los chicos de la policía de barrio se empleaban a fondo en separar a los curiosos de la casa. Añoraba aquellos tiempos de uniforme en los que siempre podía largar algún que otro sopapo a un auténtico inocente. Desde que ascendió sólo había pegado guantazos a presuntos asesinos. Asesinos, su instinto aún no le había fallado. La Medalla de Oro al Mérito Policial tenía su número de placa grabado desde hacía años. Sólo la envidia y la política impedían que colgase de su uniforme de gala. Por ahora, se decía ...
Aquel documental de National Geographic le había cabreado profundamente. Le molestaba la ligereza y superficialidad con la que trataban lo que era su vida. “Un día en un laboratorio forense” no era más que propaganda de los servicios forenses del FBI, escondía la verdad de todo el trabajo. Se quedaban con lo que servía de base a esas series de televisión tan comerciales, tan seguidas. Esas que le cabreaban, como el documental, profundamente. La llamada de teléfono, al borde de las cuatro de la tarde, era lo mejor que le podía pasar. El fin de semana podía tener arreglo.
Llegó allí mucho antes de que se hubiese podido encontrar a un juez para desarrollar las diligencias previas. No podía tocar el cadáver, pero sí evitar que los manazas de los policías eliminasen todas las pruebas. Sabía que tenía tiempo antes de que llegara un policía de verdad. García nunca tenía prisa.
- Qué tal, Doc. Cómo va eso.
- No jodas, García, que no eres Philip Marlowe. Ni americano siquiera, coño. La próxima vez que me llames Doc vas a jugar de pareja al mus con tu puñetero padre.
- Venga, López, no seas cascarrabias. A ver, cuéntame.
- Lo que ves, el tipo tiene un disparo entre ceja y ceja.
- Ha sido a través de la ventana.
- Sí, García, pero estaba abierta. Éste sabía quién le disparaba. Mírale los ojos. Si se quedase en la retina la última imagen veríamos perfectamente al criminal.
- Joder, los tiene como platos. No se lo esperaba. Que putada le ha gastado esa golfa.
- Has visto las pisadas fuera. Sí, una mujer, no muy pesada, aunque con los huevos suficientes para manejar ese 38.
- Voy a ver si me entero quién es el difunto.
García habló con el oficial que parecía más espabilado de los guindillas de barrio. Se enteró que el pájaro vivía aparentemente solo, los vecinos no le conocían líos, salvo algunos amigos que venían alguna vez a ver un partido de fútbol.
- ¿Eso es todo, agente?
- Sí, Inspector. Eso es lo que nos contaron los pocos vecinos que tenían trato con él.
- ¿Y todas las mujeres?
(Continuará ...)
viernes, 12 de enero de 2007
Crimen Pasional (II)
Cuando el coche de la policía la dejó a la puerta de la casa vió el de García. Buena noticia, estaría López también y pronto terminaría una instrucción perfecta con un asesino entre rejas. Lo que peor llevaba era que tendría que pasar muchas horas con los dos mejores criminólogos del país. García no perdía ocasión de tirarle los tejos, hasta le amenazó una vez con encarcelarle. Sí, se lo dijo riendo, pero le faltó muy poquito para verse entre rejas por acoso. Lo de López era distinto. Salieron una tarde a tomar café. Él no dejó de hablar de cadáveres, heridas, vísceras y probetas de laboratorio. Hasta que la miró por primera vez a la cara y le dijo que se la quería follar. Aún no sabe si reaccionó bien diciéndole que no. Nunca le ha vuelto a ver los ojos.
- Buenas tardes, Sres. ¿Me cuentan de qué va esto?
- Lo que ves, Jueza. Vaya, que peinado, está usted guapísima, si me permite, señoría.
- García, corta el rollo. Le han pegado un tiro, cayó hacia atrás desplomado y sorprendido, por lo que veo.
- Justo eso, el que esté tan alineado en el suelo se puede explicar por el impacto, le mató instantáneamente y le empujó hacia atrás como un fardo. Un 38 a tres metros hace eso. Que los brazos estén pegados al cuerpo es más difícil de entender. Pero ya me contará algo el cabrón éste.
- Y tú, García, qué sabes.
- Aparentemente, un gachó normal y corriente. Su trabajo de oficina, cuatro libros y un pequeño grupito de amigos. Eso es aparentemente.
- ¿Y detrás de eso?, venga, ya tienes tu teoría.
- Hay varias mujeres en esta historia. La del 38 y al menos cuatro más.
- ¿Cinco? Te estará dando envidia, García, la ilusión de tu vida.
- Jueza, jueza, no me haga hablar, que estoy por llevármela ahí dentro a condenarme a treinta años por matarla a besos.
- Qué bestia eres.
Firmó el auto de levantamiento de cádaver, para permitir que López se lo llevase a su mármol, y se dio una vuelta por la casa. No sabía qué había visto García para contar cuatro más una. Pero estaba segura de que era verdad. Al alejarse de la mancha roja del suelo sintió esa sensación de alivio que siempre la acompañaba al dejar atrás un muerto. Se dio cuenta de que sólo fue capaz de verle los enormes ojos abiertos. No recordaba su rostro, ni su cuerpo, ni su ropa. Sólo esa expresión de sorpresa, no miedo, que se le quedó marcada en su cara.
Cuando se acercó al escritorio comprendió casi todo. Como fondo se oía a López canturrear “El corrido de Juan Sin Tierra”. Seguro que estaba registrando los bolsillos del muerto.
(Continuará ...)
miércoles, 10 de enero de 2007
Crimen Pasional (III)
García se acercó al revólver. El policía que lo custodiaba se apartó reverencialmente. Todos le conocían, incluso los que acababan de salir de la academia, como éste. Con los guantes puestos y haciendo uso de su eterno parker con clip de oro lo levantó del suelo.
La etiqueta que colgaba del gatillo era una de esas que se venden en todas las papelerías e hipermercados. Un bebé le daba un beso a otro de sonrosadas mejillas. “Tu amigo que te quiere ..”, y al abrirse “te desea feliz cumpleaños”. En el interior, con letra de las que llaman “de médico”, propia de alguien acostumbrado a tomar apuntes, se leía “Te traicionó, mátale”.
Un solo disparo entre ceja y ceja. Una sola bala en el tambor. Un solo casquillo por tanto. Era extraño que una mujer matase así. Pero no había otra explicación a las livianas huellas que quedaron en el jardincillo ante la ventana. Tenía que ser una mujer la que andaba con medios tacones por ahí. Además, él ya sabía que todas las protagonistas de la historia eran mujeres. Salvo dos, claro. El muerto y el que regaló el revólver.
Ella no entró en la casa, aunque él le hubiese abierto la puerta con toda seguridad, la conocía perfectamente, confiaba en ella. Se acercó a la ventana, y cuando el dueño de la casa la abrió, sonriendo, se encontró frente a la cara el agujero negro que acabaría arrebatándole la vida. Tenía que averiguar por qué no tenía miedo ni siquiera al ver el 38. Su cara sólo reflejaba sorpresa.
García entró al interior. No se fiaba de la jueza, no quería que tocase nada. A ella le gustaba fisgar cuando estaba trabajando. Y a él le gustaba estar tranquilo mientras observaba el escenario. Decidió hablar con ella. Lo suficiente para quitársela de encima.
- Jueza, que digo yo que si terminamos el asunto de una puta vez
- ¿Ya sabes qué ha pasado aquí?
- No, mujer, me refiero a lo nuestro. Este puente me puedo escapar dos días de casa. ¿Nos vamos a esa cabañita que te dije?
- García, eres un imbécil. ¿No respetas nada? ¿Ni el trabajo, ni a ese hombre espatarrado en la habitación de al lado?
Sonriendo dio un vistazo alrededor de la habitación. El escritorio, las librerias repletas de libros, los periódicos amontonados por todas partes. La solución estaba allí. Y estaba seguro de que no en los papeles, precisamente. Levantó la tapa del escáner y supo que tenía que hablar con López en ese instante. Tenía que retrasar la autopsia.
La jueza Sacristán se acercó a López, estaban metiendo el cadáver en la bolsa con cremallera, el forense vigilaba con extrema atención a los sanitarios mientras colocaban el cuerpo en la camilla.
- López, a ver que le saca a éste. No se le ven muchas ganas de querer hablar.
- Todos hablan, jueza, todos hablan. Ya lo sabe.- Téngame al corriente, y no dude en llamarme para cualquier cosa.
- Claro, claro, no dudaré en llamarla.
García entró atropelladamente. Ninguno de los dos le había visto jamás con prisa. Se cruzaron las miradas un instante. Un instante tan sólo, López no era capaz de mantenerla el tiempo suficiente como para que María Sacristán pudiese retener en su memoria el color de sus ojos.
- No te lo lleves, ¿le has mirado las axilas?
- Sí, claro, ¿qué piensas?- No, no, no me refiero a eso, quiero decir ... ¿te has fijado en todo?
- Qué quiere decir, García, déjese de misterios.
- ¿Has visto como la tenía depilada?
(Continuará ...)
martes, 9 de enero de 2007
Crimen Pasional (IV)
López era consciente de que le esperaba una ardua tarde de trabajo. Quizá esa noche tampoco fuese a casa a dormir. No le importaba mucho, en realidad. Nada había allí que le esperase, o que fuese más interesante que lo que tenía metido en esa bolsa de plástico negro. Sólo una cosa había más interesante en su vida, y acababa de salir, pensativa, preocupada, hacia su sede judicial.
El chófer de la ambulancia se negó a colocar los pirulos, el fiambre no tenía ninguna prisa por llegar a la Morgue, y no quería que le cayese un expediente por utilizarlos sin que fuese necesario. Tuvo que tragarse todo el tráfico sin aquella emoción añadida de ver como saltaba los semáforos, como adelantaba por el carril contrario. Él no sabía conducir, pero apreciaba hasta el éxtasis el riesgo de la velocidad, aún como copiloto.
Por fin, solos los dos en la morgue, un forense y el hombre tumbado sobre su mármol. Antes de comenzar fue a rellenar la ficha y observó que nadie le había dicho el nombre. Debería llamar a García para cumplimentarla. Luego. Los ayudantes le habían quitado la bolsa, y él se daba a la tarea de desvestirle, cuidando no contaminar la ropa, depositándola cuidadosamente sobre las bandejas de plástico blanco.
López sabía que ese, y la apertura de la caja torácica, eran los momentos en los que los cadáveres están más comunicativos. En esos momentos el forense podía extraer el máximo de datos sobre lo que había pasado.
- A ver, cuéntame, quién te ha hecho esto.
- Joder, la golfa esa. Me ha pegado un tiro, la muy marrana.
- Ya, ya, eso ya lo sé. Cuéntame que hacías en casa un sábado, por qué tenías ojeras. Dime
- Vaya porquería de forense. Ábrame y sabrá el por qué de mis ojeras. Para eso le pagamos los contribuyentes.
- Eres un muerto bastante maleducado. Tienes esa cara porque no dormiste demasiado. Eso ya lo sé. Quiero que me cuentes, ¿qué te hizo estar en vigilia tantas horas?.
- Yo que sé, no recuerdo nada. Igual es por esa bala que tengo metida en el lóbulo de la memoria, ¿no?. Igual es que estoy muerto. No te jode ...
Todos eran iguales, reacios a contar sus vidas. Como si aún tuviesen vergüenza de lo que fueron, hicieron o dejaron de hacer en vida. López no se inmutó, con la grabadora en la mano comenzó su trabajo. Parsimoniosamente, relajado, por fin en su medio natural.
- Sábado, 2 de noviembre, 20:02 horas. Comenzamos la autopsia de individuo varón, blanco, edad aproximada 40 años. Pendiente de confirmar identidad. A efectos de esta grabación le denominaremos "Señor 38". Dos zapatillas tipo "pantunflas". Camiseta deportiva sin cuello y pantalón de chandal. No hay ropa interior. Sólo hay manchas de sangre en la camiseta, propias del contacto en el suelo con la que brotó de la herida en la cabeza.
- ¿Eso es todo lo que sabes hacer?
- Calla y déjame trabajar. Si hablas me dejarás la cinta perdida de psicofonías.
- Vale, vale, no era mi intención perjudicarle. Aquí seguiré, calladito. Vaya la víctima a molestar al señorito.
- El cadáver presenta un evidente impacto de arma de fuego en la frente, equidistante de los extremos internos de las cejas. Se apunta como una de las posibles y aparentes causas de la muerte.
- ¿Qué? ¿Que aún no lo tienes claro? ¿Tú de que vas? ¡¡ Que me han descerrajado los sesos!!
- Calla, Sr. 38. Creo que te han envenenado.
(Continuará ...)
lunes, 8 de enero de 2007
Crimen Pasional (V)
El correo no llegaba. El móvil tampoco recibía su mensaje. Pasaba el tiempo y procuraba no hablar con nadie. Obviaba a las demás, no atendía ninguna llamada al fijo. Quería estar entero cuando ella apareciese. Tenía que aparecer. Pulsaba cada quince segundos "check mail" de su Eudora. Aún cuando sabía que el servidor le daría error por acceder demasiado seguido. Tenía que intentarlo.
Era curioso verle así. No la necesitaba a ella. No necesitaba a nadie en realidad. Tenía estímulos suficientes como para no necesitar ese correo electrónico ni esa llamada. Le bastaría con vestirse, dar él mismo otra llamada y pasaría la tarde con cualquiera de las otras. Paseando, charlando o acostado con alguna. Sin embargo era su llamada, la de ella, la que le tenía atado a ese sillón.
Abrió winamp para escuchar aquel disco recién descargado, "Transparente" . Retornar a Portugal, aunque fuese tan sólo musicalmente no le ayudaría, lo sabía. Y aún así necesitaba dejarse flotar por sobre el estuario del Tajo, en brazos de la enigmática Mariza.
Cuando volvió a vomitar, por enésima vez en aquellas horas, se fijó en su cara. Profundas ojeras, pelo desordenado. Olía mal, no se había duchado. Pensó en hacerlo, incluso abrió el grifo del agua caliente. Cuando reflexionó lo cerró y fue corriendo a mirar el móvil. No había llamada perdida. Tampoco había tiempo para ducharse. Si ella llamaba le pediría 15 minutos para hacerlo.
Pasadas las tres de la tarde sonó el timbre de la puerta. Fue a abrir y no había nadie al otro lado. Cuando la cerró se la encontró frente a la ventana, mirándole. Abrió el pestillo y habló con ella.
- ¿Has venido? ¿No estás enfadada?, espera, te abro la puerta.
- No
El brazo de ella se movió lentamente hasta colocar el revólver apuntando a su cabeza.
- ¿Qué?
El sonido del disparó hizo ladrar al perro del vecino. Ningún otro ser vivo o inanimado pareció inmutarse. Todo el mundo andaba comiendo la paella sabatina. En todas las casas se oían las noticias de la televisión.
Ella dejó caer el revólver y sin mirar hacia dentro de la casa dio la vuelta y caminó hasta el coche aparcado.
- ¿Por qué no habló conmigo? ¿Qué le he hecho?. Jodida mujer, creo que me ha matado. Esto es sangre sí, está caliente, huele como sangre. ¿Dónde está el puto túnel blanco?. Mierda, seguro que a los ateos nos mandan por un túnel mal iluminado. Debí haberme duchado antes. Siempre me lo decían, dúchate y cámbiate todos los días, imagina que tienes un accidente y los médicos te pillan con los calzoncillos sucios. Mierda, estos jodidos médicos me van a pillar sin calzoncillos. ¿Vendrá la rubia?.
domingo, 7 de enero de 2007
Crimen Pasional (VI)
García hizo recuento de lo que tenía hasta ese momento. Él sabía ya casi todo lo que tenía que saber, pero quería pasarle ese informe por escrito a la jueza Sacristán. Si no le pasaba un relato aburrido y largo la jueza le recriminaría por su ligereza en el trabajo, si era sistemático y metódico como ese pedazo de hielo con el que tenía que trabajar encontraría de nuevo el resquicio por el que hincarle el diente. No entendía aún como se le había resistido. No solía pasar eso. Sobre todo con estas chicas jóvenes. Un hombre de su experiencia, con su historial y con su físico, para qué negarlo, solía convencerlas pronto de que lo mejor que les podía pasar era irse a la cama con él.
Sabía que más pronto que tarde la jueza pasaría por ese trago. Eso sí, siempre que no apareciese ningún lechuguino de tres al cuarto que le levantase la pieza. El pobre López le confesó después de una tarde de mus, borracho, que estaba enamorado de ella. Pobre diablo. La primera vez que bebe y se desnuda ante un canalla como García. Aquel día le dio ánimos a López, insiste, insiste, invítala a café y le sueltas de golpe que te la quieres follar, así es como lo hago yo, y ya ves que bien me va. Creo que nunca se atreverá a eso, y también sé que no es una táctica que funcione con Sacristán. Hay que impresionarla primero con lo que le gusta, el trabajo bien hecho. Y luego ir a por ella. Joder. López lo hace de puta madre. ¿Se la estará tirando?.
Volvió a su escritorio y creó el documento HomicidioGonzalezFernando.doc, no entendía esa moda de los paneles que se veían en las series de televisión. Él, que siempre trabajaba solo, necesitaba un bloc, y desde la informática, un procesador de textos. Esto era suficiente para ordenar sus ideas.
1.- El revólver. Colt 38, arma clásica americana, aunque no muy común aquí en Europa. Hay huellas de una persona, la mujer posiblemente. Si no está fichada, más que probable, no tendremos nada. Los de balística confirmarán lo que imagino, está limpia. El número de serie nos llevará a un comprador fantasma en una tienda ignota de los EE.UU. ¿Mi teoría? La vendió un soldado americano a cualquiera de los bajos fondos.
2.- El ordenador de Fernández. Los de informática están pasando a papel todos los registros de chat, correos electrónicos y páginas más visitadas. Ya me han dicho que mantenía contactos frecuentes, amistosos, con al menos veinte personas. Casi todas mujeres. Las cinco que yo conté deben estar ahí. Quizá los mensajes más interesantes aún no hayan salido. Las cartas de amor con esa chica son muy llamativas, pero ella está totalmente descartada. Vive demasiado lejos.
3.- La etiqueta de la pistola. Esto es más interesante, aunque no hay huellas tampoco. Sin embargo, será determinante para cazar al que regaló y al que escribió el texto. Si le pillamos, claro.
4.- El libro con la dedicatoria, la foto del scáner, la bufanda sobre el perchero de la entrada, la botella de Bayley's, esos dos vinilos destrozados, y el fondo de pantalla deberemos encajarlo con las cuatro mujeres. Habrá que cruzarlo todo con lo que nos dé el ordenador. De la quinta en la casa sólo tendremos el revólver. Era la primera vez que venía.
(Continuará ....)