lunes, 1 de enero de 2007

Crimen Pasional (XIII)

Desvelada, oyendo como siempre “Hablar por hablar”, María Sacristán se sumergía en las historias de los demás, comprendiéndoles, juzgándoles, queriéndoles. Intentando compartir miserias ajenas para tratar de olvidar las propias. Aquella noche sentía que su vida se le escapaba entre los legajos del juzgado. Debió haberle dicho que sí. Ahora estaría haciéndo el amor en lugar de jugando solitariamente con su vello púbico. El sonido del teléfono no le sobresaltó hasta recordar que no estaba de guardia aquella noche.

- ¿Jueza? Perdone, sé que es tarde.

- No se preocupe, López, para Vd. nunca es tarde. Dígame

- Es sobre el caso de Fernando González, el del tiro en la frente.

- Sí, sí, cuénteme.

- Pues verá, ya sabe que encontré cianuro en el cuerpo.

- Sí, lo sé. ¿Terminó el informe?

- Por eso le llamaba. La cuestión es que necesitaré el cuerpo por más tiempo. Este muerto me está resultando particularmente difícil.

- ¿No le habla, como todos? Jajaja.

- Sí, sí, es precisamente por eso. Es muy comunicativo, tanto que presiento que si estoy un par de días más con él le sacaré más cosas.

- No se preocupe, López. Mañana a primera hora firmo el oficio, ¿dos días más le serán suficientes?.

- Sí, espero que sí, gracias. Siento haberla llamado tan tarde.

- Para nada, López. La ocasión lo merecía. Trabaje tranquilo.

- María, hay otra cosa ...

- ¿Sí? Dime.

- Es que, bueno ...

- Tenemos confianza, dime lo que sea.

- No es nada importante, en realidad. Mejor cuando terminemos con este caso, es un auténtico follón.

- Siempre me tienes, para lo que sea, ya lo sabes.

- Sí, sí, gracias, Señoría. La dejo descansar, Hasta mañana.

- Hasta mañana, López.

El programa se despedía ya, iban a dar las 4 y para despedir, como siempre, buena música, en aquella ocasión esa canción que la alegraba y entristecía por igual, justo como se sentía ahora. Poco después se levantaría para ir al juzgado de nuevo. Tuvo que decirle que sí la primera vez, o dar ella ese paso que tantas ganas tenía.

García entró atropelladamente en Comisaría, como siempre. Nada más llegar llamó a la inspectora Rodríguez. La inspectora Vanessa Rodríguez estaba aún en prácticas pero ya era conocida por toda la plantilla. Muchos admiraban a una chica tan joven, recién cumplidos los 25, con tanta determinación y tan brillantes expedientes académicos. Los envidiosos, que eran muchos, decían que llegaría lejos por lo atractiva que era. Los demás, unos poquitos, se daban cuenta de que tenía gran capacidad de trabajo y considerable valentía y arrojo, cosas imprescindibles para triunfar en esa mierda de profesión que tenían.

A García le gustaron sus piernas y su pecho. Desde que la vió por primera vez, con el uniforme de los cuerpos especiales, tuvo ganas de llevársela a la cama. Nada excepcional, le pasaba con todas. Pero la inspectora Rodríguez pronto supo granjearse su estima profesional y fue él quién la asignó a la Brigada de Homicidios. Para tenerla cerca, sí, pero sobre todo porque sabía que le ayudaría en el trabajo.

- A sus órdenes, Inspector.

- Siéntate, Rodríguez. ¿Te leíste el expediente González?

- Sí, Inspector.

- Llámame García, como todo el mundo, no seas tan formal, cariño. Soy tu compañero, coño.

- De acuerdo, Señor García, como Vd. diga.

- Eres imposible, con la de cosas que podríamos hacer juntos, anda tutéame, tonta.

- De acuerdo, García, te tutearé. No vuelvas a llamarme tonta, ni cariño, ni vuelvas a poner esa mano cerca mía o te arrepentirás. No soy una más de las niñatas que pretendes engañar.

- Vale, vale, joder Vanessa, que tampoco te quería violar.

- No podrías hacerlo, te lo aseguro.

- Volvamos al caso entonces. Mira necesito saber todo de estas mujeres.

- ¿Todo?

- Sí, ya sabes, sobre todo si tienen marido, novio, con quien se veían, a que dedican su tiempo libre, lo típico.

- ¿Las del extranjero también?

- No, claro que no. Todo ha pasado aquí, seguro.

- Ok. Me pongo a la tarea.

- Espera

García se levantó y se acercó a la inspectora, intentó abrazarla sonriendo y se encontró con los brazos de Vanessa parando el golpe y mirándole con ojos de fiera. Cuando quiso zafarse de ella, hacer uso de sus centímetros y kilos de más, se encontró con que fácilmente le volteó e inmovilizó con un brazo mientras con el otro sacaba la pistola y se la metía por el culo. Cuando oyó amartillar el arma García se cagó en todas las técnicas policiales modernas, especialmente en la enseñanza de las artes marciales.

- Te hago otro agujero ahí detrás, cabrón. No se juega conmigo, ¿vale?.

- Claro, claro, era una broma, coño, que no aguantas nada. Aparta el hierro, anda.

- Si es una broma también, ¿no te ríes?.

Le empujó hacia la mesa y lentamente, sin perder en ningún momento la sonrisa de ángel, de ángel de la muerte, enfundó el arma y abrió la puerta para salir.

- Adiós, cariño, tonto. Te traigo el informe en cuanto termine.

(Continuará ...)


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