jueves, 4 de enero de 2007

Crimen Pasional (IX)

Carlos no acudió a aquella cita tampoco. Llevaba dos semanas saltándose el control con la psicoterapeuta. Se estaba metiendo otra vez, y hasta esa chica que no sabía nada de drogas lo notaría. No quería ir otra vez al centro, prefería estar allí, encerrado en casa. Llamar y que su “socio” le trajese un gramito de vez en cuando. No estaba comiendo nada, todo el día y toda la noche delante del monitor. La coca le permitía estar días enteros sin dormir. El whisky barato era suficiente para recuperar líquidos. O eso pensaba él.

Cuando Sonia colgó necesitó hablar con alguien. Alguien de fuera, o sea, alguien del mundo. Cuando repasó la lista de personas se dio cuenta de que pocas estaban fuera de esa pantalla. Sonia, sí, ella sí. La oía hablar por teléfono. Nada más. Nadie más. Y Fernando quizá, daría cualquier cosa por hablar alguna vez con Fernando. Eso ya no pasaría nunca. Llamó a la psicóloga, lo más parecido a una persona que veía en semanas. Su camello era poco más que un objeto cabrón dispensador de insomnio.

- ¿Doctora? Necesito hablar con Vd.
- ¿Carlos? ¿Eres Carlos? No has venido a las terapias, ni a tus sesiones. ¿Qué te pasa?
- Es importante, Doctora, necesito contárselo a alguien
- ¿Te pones otra vez?
- No es eso, no es eso. Bueno, eso también, pero necesito contarle otra cosa. He matado a un hombre.
- ¿Qué? ¿Qué dices? ¿Estás drogado ahora?
- Sigue sin entender nada de drogas, nunca aprenderá. Necesito verla ahora.



Cuando colocó la tapa craneal sobre la mesa comenzó a hurgar buscando la bala, ya había colocado las muestras de las vísceras en los frascos para análisis. Las trazas de cianuro eran tan evidentes que no le quedaba ninguna duda de que le estaban envenenando, sólo debía confirmar las dosis y el tiempo que llevaban suministrándole el veneno.

- Oye
- Dime
- ¿Cuando saques el cerebro dejaré de hablar contigo?
- No, claro que no. Eso vale para los vivos. Los muertos siempre habláis con los forenses. ¿No ves las pelis policíacas?
- Sí, claro, pero siempre pensé que era una especie de metáfora, que era más bien que os enterábais de las cosas al analizarlas.
- Eres un cadáver muy peculiar, Fernando. Me enteré que te llamas Fernando.
- ¿En serio? ¿Ves? De eso no me acordaba.
- Claro, estás muerto y esas cosas son irrelevantes. Venga, deja de filosofar que eso es cosa mía. Pondré algo de música, necesito estar relajado para sacar esa bala. Hasta a mí me da un poco de repelús.
- Lo estás haciendo muy bien, al menos, no he sentido dolor ni nada
- Jajaja. Sí, seguro que no sientes dolor.

Las notas del saxo de Getz inundaron la habitación. El jazz siempre estaba con él, nunca dejaba de estar junto a él. Muchas noches soñaba con un club del barrio francés de New Orleans, quinteto negro sobre la tarima, dos bourbons y María Sacristán cerrando los ojos, dejándose llevar por el piano y el saxo. Siete pasos al cielo. Sólo eso necesitaba.


- Oye, Doc. Que estás con los ojos cerrados, ¿así vas a encontrar la bala?
- Joder, ¡¡que no me gusta que me llaméis Doc!! Me recuerda siempre al médico borrachín de una película de vaqueros.
- Creo que se lo oí a García ¿puede ser?
- No, creo que será más bien que yo me estoy inventando todo esto. En realidad los muertos no hablan.
- Eres un cachondo, Doc. Un cachondo mental. Anda, busca la puta bala, que me pesa la cabeza.

El ordenador de Fernando seguía conectado a internet en el taller de los de informática. En la carpeta “In” se acumulaban los mensajes. Mucho spam, algún correo de los compañeros de trabajo, dos cartas de la niña enamorada. En la segunda preguntaba por su respuesta, estaba pendiente de un mensaje que nunca llegaría. O quizá sí, quizá los muertos pudiesen volver a arreglar los temas pendientes. Debería ser así, dejar resueltos al menos los que eran importantes de verdad. El operador de la policía científica tropezó con el fichero de Stan Getz y también lo reprodujo. No sabía qué significaban aquellos siete pasos al cielo.


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