martes, 2 de enero de 2007

Crimen Pasional (XI)

Abatida, agotada, temblorosa, asustada, enojada, arrepentida, absorta. Sola. Sonia no encontraba una salida al túnel en el que se había metido ella solita. Sí, ella solita, no podía culpar ni al enfermo Carlos ni al fallecido Fernando. Se metió de cabeza en el berenjenal del que jamás saldría.
Fue a la cocina y descorchó aquella botella magnum de Dom Perignon que le regaló su ex novio en el último intento de reconciliación. No era una forma muy efectiva de suicidarse, lo sabía, aunque posiblemente le serviría para pasar una amena tarde de sábado. En la televisión habría fútbol, ideal para acompañar litro y medio del mejor champagne francés. Esperaba que esa combinación sirviese para mitigar el sonido del cuerpo de su amigo cayendo de espaldas en su casa. El olor a pólvora seguía impregnando su alma.

- ¿En serio?. ¿Me dice eso en serio?

- Pues claro, joder, ¿no es usted un profesional? Pues a currar.

- Le prometo que es el encargo más extraño que me han hecho nunca.

- No me joda, que he visto la cantidad de guarradas y porquerías que ha tatuado. Mírese usted mismo y verá como lo mío es casi anecdótico.


El tatuador, sorprendido, pero ciertamente profesional, comenzó por rasurar delicadamente la piel cercana al ano, necesitaría varios centímetros para colocar la leyenda y la dificultad estribaría, seguro, en la naturalidad con que los cachetes tienden a unirse. Una mano para separar, otra para tatuar. No era una tarea fácil, estaba seguro, la promesa de prima doble le animó a aceptar un trabajo que estuvo a punto de rechazar. Colocó a Silvio Rodríguez en el aparato y comenzó a escribir “A ...”.


- Vaya, me ha tocado un tatuador de la nova trova. Puta suerte la mía, no me libro de esta gente.

- ¿Le molesta? Lo cambio si te parece.

- No, si esa canción le gusta a ella también. Así me la llevo tatuada por dos veces.

La rubia apareció en su vida casi como todas las cosas que aparecen en la vida. La casualidad hizo que se encontrasen el mismo día y a la misma hora. O quizá no fue eso, sino la pertenencia al mismo partido, al mismo grupo de debate ideológico, a tener antepasados que padecieron las mismas penas, o el ser vecinos en un pequeño mundo tan grande. El caso es que se conocieron. Desde el primer momento pasó algo, fue ella la que le preguntó, la que se acercó con su caminar de diosa. Él puso esa cara de bobo que se les pone a todos cuando ven de cerca una mujer extraordinariamente atractiva.


Los motivos del primer acercamiento siguen ahí, nunca se resolvieron, aunque ellos pasaron pronto a otras cuestiones, mucho menos importantes, cosas tan intrascendentales como la música o los libros, casi nada, dirán algunos. Ella nunca fue una más, otra de esas que caía en las redes del seductor. Dos cuestiones la hacían distinta, la primera, que no cayó en sus redes. El otro motivo era el que le animó a tatuarse esa clave en su culo.


El mundo seguía rodando, su vida seguía despeñándose cuesta abajo. Las mujeres se sucedían o se sobreponían unas a otras, y todos los días, pasase lo que pasase, habría un momento para acariciar su clave secreta. Con papel higiénico o con jabón todos los días pasaría por ahí. Aunque en realidad la rubia anidaba permanentemente en su cabeza.


- Pues ya está. Listo para revista, Fernandito.

- ¿Cómo he quedado? ¿Se me verá bien en el funeral?

- Si no va a venir nadie, jodido, que no has dejado nada atrás

- Algo quedará, seguro que alguien me recuerda

- Como no sea la que llevabas en el culo

(Continuará ...)

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