miércoles, 10 de enero de 2007

Crimen Pasional (III)

García se acercó al revólver. El policía que lo custodiaba se apartó reverencialmente. Todos le conocían, incluso los que acababan de salir de la academia, como éste. Con los guantes puestos y haciendo uso de su eterno parker con clip de oro lo levantó del suelo.


La etiqueta que colgaba del gatillo era una de esas que se venden en todas las papelerías e hipermercados. Un bebé le daba un beso a otro de sonrosadas mejillas. “Tu amigo que te quiere ..”, y al abrirse “te desea feliz cumpleaños”. En el interior, con letra de las que llaman “de médico”, propia de alguien acostumbrado a tomar apuntes, se leía “Te traicionó, mátale”.


Un solo disparo entre ceja y ceja. Una sola bala en el tambor. Un solo casquillo por tanto. Era extraño que una mujer matase así. Pero no había otra explicación a las livianas huellas que quedaron en el jardincillo ante la ventana. Tenía que ser una mujer la que andaba con medios tacones por ahí. Además, él ya sabía que todas las protagonistas de la historia eran mujeres. Salvo dos, claro. El muerto y el que regaló el revólver.


Ella no entró en la casa, aunque él le hubiese abierto la puerta con toda seguridad, la conocía perfectamente, confiaba en ella. Se acercó a la ventana, y cuando el dueño de la casa la abrió, sonriendo, se encontró frente a la cara el agujero negro que acabaría arrebatándole la vida. Tenía que averiguar por qué no tenía miedo ni siquiera al ver el 38. Su cara sólo reflejaba sorpresa.


García entró al interior. No se fiaba de la jueza, no quería que tocase nada. A ella le gustaba fisgar cuando estaba trabajando. Y a él le gustaba estar tranquilo mientras observaba el escenario. Decidió hablar con ella. Lo suficiente para quitársela de encima.


- Jueza, que digo yo que si terminamos el asunto de una puta vez

- ¿Ya sabes qué ha pasado aquí?

- No, mujer, me refiero a lo nuestro. Este puente me puedo escapar dos días de casa. ¿Nos vamos a esa cabañita que te dije?

- García, eres un imbécil. ¿No respetas nada? ¿Ni el trabajo, ni a ese hombre espatarrado en la habitación de al lado?
- Anda, mujer, si los dos sabemos qué es lo que queremos ... - Voy al juzgado. Me informarás de todos los progresos, dos veces al día. Por escrito, García. Si te veo a menos de un kilómetro de donde esté yo, te enchirono. No bromeo. Me tienes más que harta.

Sonriendo dio un vistazo alrededor de la habitación. El escritorio, las librerias repletas de libros, los periódicos amontonados por todas partes. La solución estaba allí. Y estaba seguro de que no en los papeles, precisamente. Levantó la tapa del escáner y supo que tenía que hablar con López en ese instante. Tenía que retrasar la autopsia.


La jueza Sacristán se acercó a López, estaban metiendo el cadáver en la bolsa con cremallera, el forense vigilaba con extrema atención a los sanitarios mientras colocaban el cuerpo en la camilla.

- López, a ver que le saca a éste. No se le ven muchas ganas de querer hablar.

- Todos hablan, jueza, todos hablan. Ya lo sabe.
- Téngame al corriente, y no dude en llamarme para cualquier cosa.
- Claro, claro, no dudaré en llamarla.

García entró atropelladamente. Ninguno de los dos le había visto jamás con prisa. Se cruzaron las miradas un instante. Un instante tan sólo, López no era capaz de mantenerla el tiempo suficiente como para que María Sacristán pudiese retener en su memoria el color de sus ojos.

- No te lo lleves, ¿le has mirado las axilas?

- Sí, claro, ¿qué piensas?
- No, no, no me refiero a eso, quiero decir ... ¿te has fijado en todo?
- Qué quiere decir, García, déjese de misterios.

- ¿Has visto como la tenía depilada?

(Continuará ...)

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