Cuando el coche de la policía la dejó a la puerta de la casa vió el de García. Buena noticia, estaría López también y pronto terminaría una instrucción perfecta con un asesino entre rejas. Lo que peor llevaba era que tendría que pasar muchas horas con los dos mejores criminólogos del país. García no perdía ocasión de tirarle los tejos, hasta le amenazó una vez con encarcelarle. Sí, se lo dijo riendo, pero le faltó muy poquito para verse entre rejas por acoso. Lo de López era distinto. Salieron una tarde a tomar café. Él no dejó de hablar de cadáveres, heridas, vísceras y probetas de laboratorio. Hasta que la miró por primera vez a la cara y le dijo que se la quería follar. Aún no sabe si reaccionó bien diciéndole que no. Nunca le ha vuelto a ver los ojos.
- Buenas tardes, Sres. ¿Me cuentan de qué va esto?
- Lo que ves, Jueza. Vaya, que peinado, está usted guapísima, si me permite, señoría.
- García, corta el rollo. Le han pegado un tiro, cayó hacia atrás desplomado y sorprendido, por lo que veo.
- Justo eso, el que esté tan alineado en el suelo se puede explicar por el impacto, le mató instantáneamente y le empujó hacia atrás como un fardo. Un 38 a tres metros hace eso. Que los brazos estén pegados al cuerpo es más difícil de entender. Pero ya me contará algo el cabrón éste.
- Y tú, García, qué sabes.
- Aparentemente, un gachó normal y corriente. Su trabajo de oficina, cuatro libros y un pequeño grupito de amigos. Eso es aparentemente.
- ¿Y detrás de eso?, venga, ya tienes tu teoría.
- Hay varias mujeres en esta historia. La del 38 y al menos cuatro más.
- ¿Cinco? Te estará dando envidia, García, la ilusión de tu vida.
- Jueza, jueza, no me haga hablar, que estoy por llevármela ahí dentro a condenarme a treinta años por matarla a besos.
- Qué bestia eres.
Firmó el auto de levantamiento de cádaver, para permitir que López se lo llevase a su mármol, y se dio una vuelta por la casa. No sabía qué había visto García para contar cuatro más una. Pero estaba segura de que era verdad. Al alejarse de la mancha roja del suelo sintió esa sensación de alivio que siempre la acompañaba al dejar atrás un muerto. Se dio cuenta de que sólo fue capaz de verle los enormes ojos abiertos. No recordaba su rostro, ni su cuerpo, ni su ropa. Sólo esa expresión de sorpresa, no miedo, que se le quedó marcada en su cara.
Cuando se acercó al escritorio comprendió casi todo. Como fondo se oía a López canturrear “El corrido de Juan Sin Tierra”. Seguro que estaba registrando los bolsillos del muerto.
(Continuará ...)
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